En ocasiones se nos llena la boca con la mediocridad de nuestra juventud. Esta semana me han vuelto a sorprender mis alumnos. El lunes una alumna de 15 años me preguntó si le recomendaba -Padre rico, padre pobre- de Kiyosaki. Ayer uno de 13 años nos deleitó en clase haciendo un repaso de la mitología nórdica. El plato fuerte llegó en el recreo de hoy. Observo a lo lejos un alumno meditabundo, 16 años, perdido en su lectura. Me acerco, lee absorto -Dublineses- de Joyce. No doy crédito. Además lo hace en inglés. Después me espeta, sorprendido ante mi cara: «¿si no pensamos, quiénes somos?» Quizás la ciénaga que nos rodea nos impide ver el brillo de lo ordinario.