Cuando ocurre una tragedia que escapa a lo racional, los periodistas intentan contextualizar o minimizar lo sucedido escarbando en la infancia del asesino, cada vez hay más psiquiatras que se alejan de la teoría orteguiana del «yo soy yo y mis circunstancias», afirmando sin tapujos que «el mal existe», alejándose del -buenismo- de algunos medios.
La serie «Mindhunter» nos presentó este dilema sobre alguno de los asesinos en serie más salvajes de la historia de Estados Unidos.
Tengo comprobado que cada 5-6 años me topo con un ser misterioso, que me lleva a -los abismos de vileza humana- más sórdidos. Por muy herida que esté la afectividad de una persona, haylas que siguen mordiendo, golpeando, incluso matando con su actitud, palabras. Pasan los meses, los años y siguen. No cesan. Retorcidas. Esquivas.
En mi juventud entraba a la batalla. Hoy, contemplo con palomitas el dantesco espectáculo, intentando comprender algún día el porqué de tanto odio envenenado. Sólo el gran Dostoievsky me ha dado una respuesta aproximada: pregúntenselo a Raskolnikov.