Estos últimos días me he acordado de forma especial de Pedro Sánchez y su carismático: -España es una nación de naciones-.
En los últimos días he tenido el privilegio de dar un pequeño –paseo- por nuestro país y he comprobado algunas de nuestras peculiaridades:
El caos urbanístico del levante español; en Girona me sorprendió la escena de un seat descapotable escuchando flamenco –a todo gas-; amanecí en una Pamplona colapsada ante el inminente chupinazo; me volví a emocionar en las costas del Cantábrico y sus acantilados sublimes, nada que envidiar con los de Galway; en Gijón paseé en la playa de San Lorenzo y no entiendo como no está catalogada como la mejor del norte; Santiago sigue impávida recibiendo un reguero de peregrinos sempiternos y su magia no desfallece; en Vigo, cené unos chopitos mejor que los de Cádiz; me perdí en el Románico de Zamora… Y me queda todo el sur…
Igual que cada individuo es indivisible, único e incomparable, infinito en su dignidad… Así lo es su colectivo. Si a una sociedad le quitamos parte de sus individuos: la mutilamos, le quitamos su esencia.
¿Qué haríamos con la riqueza de un país que necesita cada rincón para seguir preservando su identidad, si nos empeñamos en separa y dividir esa grandeza?