Y saltó la chica del tranvía, engreída, herida en sus sentimientos: ¿los tendrá?
Este murciano, que en una sociedad agonizante, nos mostró un halo de romanticismo, del auténtico, del alemán del XIX, un amor platónico adolescente, del que ya no existe, porque la invasión de las nuevas tecnologías ha ahogado, matado, el espíritu sublime que adormece en la inocencia.
Eres mi héroe, sigue buscando, peleando. Hay muchas como tú a lo largo de la historia, haz como el personaje de “Cuento de Navidad”: podrás cambiar tu pasado.
Nos has recordado que sigue habiendo almas ávidas de estética y que lo mejor en la vida son las “serendipias afectivas”.
Gracias también por desempolvar mi poema favorito, que cobra sentido en mi vida cada vez con menos frecuencia, señal de que mi muerte física y moral me atenazan:
En aquel tren, camino de Lisboa,
en el asiento contiguo, sin hablarte -luego me arrepentí. en Málaga, en un antro con luces del color del crepúsculo, y los dos muy fumados, y tú no me miraste. De nuevo en aquel bar de Malasaña, vestida de blanco, diosa de no sé qué vicio o qué virtud. En Sevilla, fascinado por tus ojos celestes y tu melena negra, apoyada en la barra de aquel sitio siniestro, mirando fijamente -estarías bebida- el fondo de tu copa. En Granada tus ojos eran grises y me pediste fuego, y ya no te vi más, y te estuve buscando. O a la entrada del cine, en no sé dónde, rodeada de gente que reía. Y otra vez en Madrid, muy de noche, cada cual esperando que pasase algún taxi sin dirigirte incluso ni una frase cortés, un inocente comentario… En Córdoba, camino del hotel, cuando me preguntaste por no sé qué lugar en yo no sé qué idioma, y vi que te alejabas, y maldije la vida. Innumerables veces, también, en la imaginación, donde caminas a veces junto a mí, sin saber qué decirnos. Y sí, de pronto en algún bar o llamando a mi puerta, confundida de piso, apareces fugaz y cada vez distinta, camino de tus mundos, donde yo no podré tener memoria. (Felipe Benítez Reyes. Los Vanos Mundos, 1985)
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