Sólo hay una forma de aprehender este concepto.
Fue la otra noche. Estaba en la sala de estar, a mi lado mi hija. Jugaba con ella. Sonó el móvil, lo atendí y durante un minuto desatendí la cena de mi hija para ver la última chorrada que me había llegado.
Cuando me di cuenta, Gema me miraba desconcertada, preguntándose con la mirada, porqué su padre se había olvidado de ella y estaba absorto con aquel aparatito inerte.
Todos los días me acuerdo de esa imagen. Aquel minuto lo he perdido para siempre, jamás lo recuperaré. Ésa es la eternitud, la eternidad que siempre recordamos y jamás será nuestra.