Nada es firme.
Todo se desvanece.
Esquemas políticos, estructuras sociológicas, creencias consolidadas, todo va cayendo… La entrada del S. XXI ha sido la irrupción del otoño en un bosque con árboles de hojas caducas.
Los cimientos que nos sostenían se resquebrajan. No hay que buscar nuevos ni crear artificios perecederos.
Debemos encontrar, formar, cuidar y preservar por generaciones los lazos invisibles que nos unen, esas voces eternas que como aldabonazos nos marcan el camino, llamémosle: derechos humanos, ley natural o sentido común.
Pero sin un comienzo no hay camino, o mejor dicho, no hay meta deseada.
El siglo XXI debe ser un «parón» en la historia para volver a escribir nuestro destino.