El don de la docencia

Paro nacional de Profesores

Hoy finalizan los alumnos de 2º Bachiller su andadura este curso. Algunos irán a la prueba previa de acceso a la universidad, otros necesitarán una segunda oportunidad. Antes o después ya no estarán en estas aulas.

Todos los años, cuando las clases finalizan resuena en mi interior aquel poema de Machado:

 

Una tarde parda y fría 
de invierno. Los colegiales
estudian. Monotonía
de lluvia tras los cristales (…)

Con timbre sonoro y hueco
truena el maestro, un anciano
mal vestido, enjuto y seco,
que lleva un libro en la mano.

 

Esta imagen tiene cierta semejanza al pasaje de “Las nubes” de Azorín en Castilla o el agua del río en Nietzsche. En el fondo, los profesores, como las nubes o el agua, estamos en un eterno retorno: lo que nos rodea cambia con el paso de tiempo pero nosotros permanecemos impertérritos –parece- al paso de éste, pero por dentro también nos mudamos.

Tengo el ejemplo inefable de mi madre, profesora de matemáticas de instituto durante más de tres décadas. Cuando le preguntaba si no se cansaba de explicar siempre lo mismo, me contestaba que nunca era lo mismo porque sus alumnos, diferentes cada curso, necesitaban nuevas maneras de aprendizaje.

Hoy, al despedir a esta nueva promoción, me voy con el pensamiento de que los profesores, como los elementos de la naturaleza, tenemos un don para mecer el paso del tiempo, espero no desperdiciarlo.

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