Todo comenzó en 1929 en Nueva York. Le llamaron las “vanguardias”, pasaron “del arte objetual al arte de concepto”, afirmaban de manera correcta lo que parecía algo insignificante pero que escondían una bomba atómica.
La verdad ya no era externa sino interna, no era denotativa sino connotativa, no era la verdad sino mi verdad como sospechó el bueno de Machado.
Aquel pequeño gesto de NY supuso la mayor revolución de la humanidad, perdón involución. Con el pretexto de la emancipación definitiva del ser humano, no sabemos quiénes somos, negamos lo evidente, el relativismo es lo único que nos une y la esquizofrenia moderna se acelera por segundos.
La estabilidad contemporánea es el cambio, nada es firme porque si lo hay seríamos unos integristas.
Y llegó el autobús de Hazte Oír y se desataron los abismos de estupidez humana.
Más de 20 millones de personas han visto las charlas TED de Dan Gilbert donde dice que la paternidad es una cuota de felicidad equiparable a reír, caminar o quedar con amigos… Cada uno elige de dónde saldrá su felicidad. Un buen lugar para saciar las frustraciones de esta sociedad.
Mi hija nació la semana pasada pero todavía no sé si es niño o niño porque como dijo el erudito del periodista Iñaki López, antes le precedió Punset, el padre de tanta pantomima, “el sexo reside en el cerebro de cada uno”.
Chesterton nos lo vaticinó: “llegará un día en que se blandirán espadas por demostrar que las hojas son verdes en verano”. Esa época ha llegado.