Toda bifurcación conlleva una disyuntiva.
En las terrenales puedes darte la vuelta (pasado) y no enfrentarte a la elección (presente).
En el mundo espiritual la consigna es clara (Lc 9, 62).
En las históricas no puedes retroceder porque el tsunami del tiempo te lo impide.
El martes hay elecciones en USA: Hillary vs Trump.
Estos dos personajes me producen náuseas y han rebosado el estercolero de la prensa mundial.
No me voy a decantar por uno de ellos por la falacia del “mal menor” porque no existe. Todo mal en sí mismo es ontológicamente malo, sólo hay gradación en el plano moral.
Con lo que me conformo con el “bien mínimo”.
Sólo sé que el prepotente, misógino y vanidoso de Trump hará algo para frenar la gran amenaza mundial que existe actualmente: el yihadismo.
Mientras que en Europa, bajo el mantra de la “Alianza de las Civilizaciones”, todos somos hermanos, vamos a dialogar y a integrarnos, nos seguirán reventando en nuestras propias ciudades, degollando y enterrando vivos a los nuestros.
Así que, Trump, por favor, gana el martes.
El otro motivo, no menos interesante, es que me gustaría que mi hija –el día de mañana- no se aburra en la asignatura de Historia Contemporánea.